12 agosto 2008

MEJOR NO SABER INGLES. Para Anómina Vene


Es decepcionante la cantidad de gente que habla español en este lugar, es decepcionante porque uno les entiende; ahí radica la tristeza del asunto. Y mucho más deprimente todavía es empezar a entender a los que hablan en inglés. Uno se había hecho tantas ilusiones desde la ignorancia, desde la idealización de un código incomprensible y sobrevalorado (pucha, si hasta los botijas hablan inglés acá, qué inteligentes deben ser, pensaba yo).

El razonamiento, traducido técnicamente a una premisa con valor científico, sería así: “a lo que no les entiendo un corno, me da por pensar que andan diciendo cosas de lo más interesantes y complejas”. Pues no, ni cerca.

Por primera vez desde que reporto las razones para no emigrar, estoy dolido. Me siento como podría sentirse un científico que dedicó tiempo y esfuerzo para descifrar el intrincado sistema de comunicaciones de los delfines, poniendo todas sus expectativas en esto, y cuando por fin lo consiguió, tradujo un diálogo del mismo nivel del que pueden tener Sonsol y Gorzy un domingo de noche. Cuánto tiempo añorando ser parte de esos códigos, para terminar transcribiendo, con lágrimas en los ojos y la garganta hecha un nudo: “che, ta fría el agua”, “sí, la verdá que sí, ¡qué cosa esto del submarino ruso, casi la quedan igual que los del Kursk!, “mesmo”.

Lo que siento ahora es la desazón de ver que la mayor parte de la humanidad, y lo que nos rodea en general, es tan idiota como yo. Estoy hecho pelota.

Las canciones en inglés, ¡mamita!; cuando entendí la letra de Imagine me di cuenta de que todo su contenido poético era: “Mala palabra es hambre, mala palabra es guerra”, y lo que resultaba conmovedor pasó a producirme lo mismo que escuchar a Pedro y Pablo: indignación, ganas de tirar una bomba de naplam y hacer desaparecer el mundo. Por no hablar de Pink Floyd y su tema La Paré o El murito; una vez que pude descifrar su letra y en lugar de escuchar “hey ticha kivenkitalón”, que era fortísimo de contenido, una patada en el pecho, pasé a escuchar “¡Jey, profesor, deje a los niños solos!”, que por alguna razón me recuerda al “¡Chofer, chofer, apure ese motor!; me sentí a unos diez mil kilómetros de aquel primario “pá, qué canción más impresionante, que no la escuche mi sobrino de cinco años porque le va a dar miedo de tan fuerte que es”. Una porquería. Y qué decir del señor Bob “me hice el hippie para facturar durante los sesenta, pero tenía un rifle de alta repetición en casa” Dylan. Dios nos salve de ese engendro y su poesía: “La respuesta, mi amigo, está soplando en el viento” no difiere en casi nada de “Las olas y el viento, sucundungu sucundungu, y el ruido del mar, yalalalala.”

Que no entendamos no significa que haya algo aprovechable atrás. No me creen, ¿eh? Mejor para ustedes; a mí me gustaría estar en su situación de ingenuidad pero ya se me reveló la verdad. Nunca tendría que haber venido. Ustedes, que todavía pueden: No emigren, no sean vejigas; la idiotez es un patrimonio mundial y es feo darse cuenta.

Por otra parte, debo aclarar que a lo mejor mi estado de ánimo está afectado por la falta de bidé que he sufrido en estos tres meses. Las duchas constantes a las que me someto para sentirme limpio están empezando a humedecerme el alma.


“Yo Darwin” – Darwin Desbocatti.