08 noviembre 2008

Lo que quedó del día

Caminé con calor, y fastidiada crucé la cebra a todo trapo, sin parar, pasándome la mano continuamente por la cara; como sangre de una herida nuevita, chorreaba la frente y la nuca, la espada y la pared, el nunca y jamás.


En la calle, terminaba la tarde, caía la tarde, como un pedacito de hielo bajando rápidamente por mi espalda, como el filo de un cuchillo que sigue la misma ruta del hielo.


Quería tocar la tarde, pisar las ignorantes sombras de los semáforos, de los postes, de las paradas de ómnibus, de las mesas llenas de anteojos que miran al sol.


Se agrandó la calle, se encogió el cielo, se fugó la luz en el final , cuando creí doblar la esquina, dueña del árbol sin piel.


No conozco las palabras, las busco en la vereda de este viernes revirado de gritos anónimos que arrepentidos rebotan en las vidrieras y vuelven a mí.


Llego al lugar donde el cielo se alfombra de ramas , ahora la sombra no ignora su oficio, los pasos se hacen lentos y las voces nidos de pájaros.


Dicen que no se puede, que requiere mucha práctica volver atrás para atrapar las sombras y los pasos, que pocos lo logran, pero aún así voy a intentar.


Estoy llegando, al principio del día, estoy llegando donde partí, llevo colgados los minutos gastados, en el prendedor las horas y en la boca las ganas, de volver a reír.