Entonces me preguntó por qué. Por qué le había pasado eso, qué significaba.
Le respondí que la rata en la mitología hindú es el vehículo del dios Ganesha, y que Ganesha se monta sobre una rata para trasladarse.
La rata.
¿Por qué una rata? Me preguntó de nuevo.
Y yo que sabía. Cuando una rata se mete en tu casa, supongo que te importa poco si viene con el dios arriba; para mí, era solo una imagen del deterioro o de precariedad.
¿y ahora? Siguió inquiriendo.
Ahora nada. Ella seguía mirándola. Sin mirarme dijo “voy a comprar veneno”. Se levantó y fue hasta la puerta de calle, tomó las llaves, la campera amarilla y salió. Yo lo veía todo como si fuera normal, como había sido normal ver a la rata atrapada en el resumidero del baño.
Quedé sola, con “el mardito roedor” y mi alma. El “mardito roedor” mirándome con los ojos intactos, y mi alma, cobarde, dándose a la fuga por la vertical más próxima al más allá de mi asustado acá.
La puerta de calle no volvió a abrirse en las siguientes 2 horas; sin embargo el reloj de la cocina se retorcía al son de sus agujas, que a la velocidad de la luz barrían su esfera hasta dejarlo sin números ni filigranas.
Luego de un rato, manteníamos las dos los ojos abiertos, como mirándonos, pero en verdad estábamos intercambiando pensamientos y sensaciones en una comunicación de índole desconocida.
-Me atraés mucho, sentí que me decía.
-¿quién, yo?
-Si, me encantás
-¿Lo qué?
-Que me gustás
Yo sabía que las ratas eran seres inteligentes, que desarrollan comportamientos sociales complejos, por eso no quería responderley quedar indefensa.
Pero siguió y siguió hablándome, no aguanté más y un montón de palabrotas salieron en hilera de mi boca; después de eso, enmudeció.
El asunto fue peor, pasamos a las sensaciones. Primero tocó mi brazo, luego mi costado y en un momento estábamos tan cerca que pude ver claramente el color de su piel roja y su gran barriga sobre el pelo gris y cómo en su cabeza de elefante se dibujaba una sonrisa.
No quiero mentir, pero empezó a gustarme aquel descubrimiento y tuve que besarlo, porque era demasiado placer verlo sonreír, tenía unos labios dulces y suaves.
Su lengua sueltase enroscó en las curvas que hacía la mía dentro de su boca, Ganesha el dios de la realidad trascendental , quien otorga la capacidad de percibir las distinciones entre la realidad y la ilusión , entre lo real y lo irreal, viajaba sobre el "mardito roedor".
Cuando se abrió nuevamente la puerta de calle, y oí el eco de los pasos acercándose desde el zaguán, sentí que estaba generando una historia que hoy es necesario contar aunque no haya sucedido.