En el borde del pozo, abierto en la obra ese día, ardía el fueguito alimentado por un pálido hombre de buzo roto y pantalón desteñido. En el cielo volaban los pájaros negros de la noche y él pensaba en sus nidos.
- Prendamos fuego al desastre- sintió que alguien le decía al oído
Al darse vuelta, no vio más que su sombra, proyectada por el mismo fuego en una geografía imaginaria. Sintió- como en una afiebrada animación- a sus brazos, batir como alas sin que él los moviera. Fue imposible no alzar vuelo por encima de aquellas brasas sin quemarse.