Ayer caí en una trampa para llorar.
El mundo está lleno de cosas así.
Puede ser esa última moneda, que se nos cae del bolsillo y rueda por la
vereda hasta entrar por la rejilla de la boca de desagüe, o ese papelito
arrugado que aparece en el bolsillo interior de la campera con la
carta de un adiós.
El sonido de un silbato que recuerda aquella vez que se escapó la pelota
de las manos en el último minuto, y perdimos el campeonato de la
escuela.
Flotando por el aire me aparece, así de pronto, el aroma a tomillo de la ollas de mi madre.
Otras veces el espejo me devuelve una sonrisa que no se me parece, y me digo que falta mucho para eso.
Hay gente que ni se entera, fíjese.
Si alguna mañana cualquiera, y por motivos que todavía desconoce siente
que se le cierra la garganta, y lo invade una increible sensación de
tristeza, no se aflija. Usted es de los nuestros. Llore un poco y luego
salga de la trampa, que hay que seguir viviendo.
HH