....Más que el monte era el campo lo que le gustaba ahora.
Estaquearse en la solana infinita, mirando las nubes que a veces le cruzaban sobre los ojos semicerrados una sombra caminadora..........
Estaquearse en la solana infinita, mirando las nubes que a veces le cruzaban sobre los ojos semicerrados una sombra caminadora..........
Abrir y cerrar de golpe los ojos para que le quedara entre frente y nuca una como flor de cardo, roja, y temblante.
El monte se solía poner frío y él ya empezaba a envejecer.
El monte se solía poner frío y él ya empezaba a envejecer.
El campo era de gramillas firmes. Él, se extendía en él, con los brazos y las piernas abiertos. El sol le besaba la cara áspera, de barba casi blanca.
Lejísimo, en el fondo mismo del cielo, bien redondo, un punto negro. Un cuervo estaqueado como él o una estrella negra, que en vez de lucir de noche como las otras, lucía de día.
Una mañana lo levantaron, definitivamente extendido.
Sobre su reposo había amanecido y anochecido. Había llovido y habían cruzado solanas de miel.
Donde estuvo él, el campito había quedado amarillo. El extendido potrero lucía una mariposa amarilla tatuada en el verde total del gramillal.
Sobre su reposo había amanecido y anochecido. Había llovido y habían cruzado solanas de miel.
Donde estuvo él, el campito había quedado amarillo. El extendido potrero lucía una mariposa amarilla tatuada en el verde total del gramillal.
Juan José Morosoli. Andrada.