Todos viajamos un poco, algunos sin necesidad de mover los pies, sentados incómodos, delante de una blanca pared de un sanatorio blanco, entre sabanas blancas, blancas cabelleras y blancos dientes que asoman al tratar de sonreír a esa guacha de enfermera que va a mil repartiendo termómetros o esa otra que camina para atrás, arrastrando los pies, y que apenas me mira, cuando descanso apoyada en la pared del corredor desierto.
A la hora de la cena suena algún timbre y se prenden luces rojas sobre los dinteles de las puertas y del mismo color pensamientos lanzados al azar, escapan como pájaros desde cada habitación.
Quiero ser tan blanca como la pared y mezclarme con alguna nube y subir, subir más alto que el 6to piso en que reposan todos en sus camas ,cruzar la Calle Colonia, entrar al BPS y decirle al señor que está sentado en el escritorio rojo, que deje de reírse tanto con el otro señor que tiene a su derecha, o mejor no, mejor que rían más estrepitosamente , para que llegue a esta ventana el sonido de sus risas, porque las bocinas aturden y pudren un poco.
Subo al escabel de poquitos escalones, bajo mi lengua se esconde un verso triste y haragán, deshidratado y afiebrado, que no desborda por temor a vomitar; hay silencio en los ojos que miran siempre hacia adentro, en lo alto del cielo cuelga la luna y en el techo el reflejo de su mejor luz veraniega y sigue haciendo calor, y sigo esperando que el viaje termine, que te bajes en el andén correcto y no te cobren por un boleto viejo y sucio.
El viaje es largo y no soy yo la que viaja esta vez ; yo espero, sentada en un gran sillón negro y ahuecado, incómodo, (lo repito y no me importa),que los pájaros permanezcan en silencio, que la ciudad se trague sus sonidos, y deje de dolerme tu imagen, sumergida para siempre en la eternidad de un sueño.